Miguel Hernández y la elegía al guardameta que no murió
La Universidad de Salamanca nos cuenta la faceta futbolística del poeta Miguel Hernández y la relación que tiene el fútbol con uno de sus poemas.
Se cumplió el pasado año 2017 los 75 años de la muerte del poeta Miguel Hernández. Lo “murieron” cuando amanecía el 28 de marzo de 1942 en la enfermería del reformatorio de adultos de Alicante. Una bronquitis mal curada derivó en una tuberculosis que se negaron tratar. Tenía 31 años, y en tan corta vida había sido capaz de alumbrar una de las obras más originales, conmovedoras, fecundas y puras de la lírica española.
Pero no es lugar este –o quizá sí– para hablar de poesía, así que nos centraremos en la figura de Miguel Hernández Gilabert, extremo derecho de un equipo formado por vecinos de Orihuela, su pueblo y el nuestro, conocido popularmente –vaya usted a saber si por su desmedida afición a repartir, no precisamente caramelos– como "La Repartiora". Cuentan que Miguel era tan lento corriendo la banda y tan escasamente diestro con el balón en los pies como rápido y hábil con las palabras, lo que le valió el apodo de Barbacha, que es como llaman por aquellos pagos a una variedad de caracol de tierra muy apreciada en la mesa.
De aquel equipo de amigos, Barbacha apreciaba especialmente a Manuel Soler, Lolo, el portero. Parece que en 1931, durante un partido, de una mala calabazada contra el poste tras un despeje a la salida de un córner, se le abrió la cabeza, "como un sexo femenino" y hubo que coser y vendar aquella "granada de tristeza". Miguel, recalcitrante zumbón, imaginó, en macabra broma, que Lolo había muerto y fichaba como guardameta del equipo del cielo, un nuevo "sampedro", y le escribió la Elegía al guardameta, tejida con estrofas que son un híbrido de lira y quinteto, cuajada de metáforas de tan arriesgada, delirante y sugerente factura como las que dos años después sembraría por las octavas de su genial Perito en lunas.
Así, el árbitro se convierte en "domador de jugadores" o "director de bravura", su silbato, en "grillo de plata", el terreno de juego es "alpiste verde de sosiego de tiza galonado", la portería, "puerta de cáñamo añudado" o "jaulón medio de lino", el portero, "araña parda" (Miguel acuñó la metáfora treinta años antes de que al mítico guardameta ruso Lev Yashin comenzaran a llamarlo "la araña negra"), las banderas de los jueces de línea pasan a ser "delación de las faltas, mensajeras de colores", la aglomeración de jugadores en el área para defender o rematar un córner se define como "tumulto de breves pantalones", la estirada del portero es "pez y fugaz", al balón se le llama "esfera terrenal" o "seno ambulante"… Pero bueno, no es este lugar para hablar de poesía, sino de fútbol, así que vayamos al grano. He aquí el poema:
Cuenta José Luis Ferris, biógrafo del poeta, que éste formaba parte de un equipo local llamado “La Repartiora”, nombre surgido probablemente por la camaradería entre los jugadores del equipo, que cargados cada cual de comida y bebida, la repartían tras los partidos. A Miguel Hernández lo apodaban “el Barbacha”, porque parece que era algo lento, en alusión a los caracoles llamados barbachos en la zona de Orihuela y Murcia. En el campo de Los Andenes, en Orihuela, se enfrentaba “La Repartiora” con otros equipos locales. Miguel Hernández llegó incluso a inventar un himno para el equipo, remedando la melodía de “Por la calle de Alcalá”, de Las Leandras. Ya en su obra, Miguel Hernández dejó también patente su afición por este deporte. En 1931 escribe su “Elegía al guardameta”, dedicada a “Lolo” (Manuel Soler), portero del Orihuela C.F. El poema, que se inicia con la dedicatoria “A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela”, se centra en la estirada que “Lolo” realiza para salvar un gol a la salida de un córner, con tan mala fortuna que golpea su cabeza con el poste de la portería. En el poema, “Lolo” fallece como consecuencia del lance, aunque en la realidad parece que todo fue un susto subsanado por unos cuantos puntos de sutura. El poeta se inspira en una supuesta fotografía en la que el portero es captado justo en el momento de la estirada y segundos antes de su muerte: “Y te quedaste en la fotografía, / a un metro del alpiste,/ con tu vida mejor en vilo, en vía / ya de tu muerte triste, / sin coger el balón que ya cogiste”; y nos deja imágenes tan bellas como ésta: “Inflamado en amor por los balones, /sin mano que lo imante,/ no implicarás su viento a tus riñones/, como un seno ambulante / escapado a los senos de tu amante”.La elegía engarza con otros poemas del estilo, como el que Alberti dedicó a Platko, el guardameta húngaro del Barcelona de los años 20.
Los pedantes a los que me refería al principio de este artículo, argumentarían que si Miguel Hernández aún viviera, probablemente sería alguien muy crítico con el fútbol de hoy en día, especialmente con la inmoralidad que supone manejar las cantidades desorbitadas de dinero que se mueven en ese mundo. Y seguro que tendrán razón. Pero, probablemente también, Andrés Iniesta tendría ya la oda que lo haría eterno.
Lev Yashin. “la araña negra”.
ELEGÍA AL GUARMETA .
A Lolo ( Manuel Soler), sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela
Tu grillo, por tus labios promotores, de plata compostura, árbitro, domador de jugadores, director de bravura, ¿no silbará la muerte por ventura?
En el alpiste verde de sosiego, de tiza galonado, para siempre quedó fuera del juego sampedro, el apostado en su puerta de cáñamo añudado.
Goles para enredar en sí, derrotas, ¿no la mundial moscarda? que zumba por la punta de las botas, ante su red aguarda la portería aún, araña parda.
Entre las trabas que tendió la meta de una esquina a otra esquina por su sexo el balón, a su bragueta asomado, se arruina, su redondez airosamente orina.
Delación de las faltas, mensajeras de colores, plurales, amparador del aire en vivos cueros, en tu campo, imparciales agitaron de córner las señales.
Ante tu puerta se formó un tumulto de breves pantalones donde bailan los príapos su bulto sin otros eslabones que los de sus esclavas relaciones.
Combinada la brisa en su envoltura bien, y mejor chutada, la esfera terrenal de su figura ¡cómo! fue interceptada por lo pez y fugaz de tu estirada.
Te sorprendió el fotógrafo el momento más bello de tu historia deportiva, tumbándote en el viento para evitar victoria, y un ventalle de palmas te aireó gloria.
Y te quedaste en la fotografía, a un metro del alpiste, con tu vida mejor en vilo, en vía ya de tu muerte triste, sin coger el balón que ya cogiste.
Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino y efecto, tu cabeza dio al poste. Como un sexo femenino, abrió la ligereza del golpe una granada de tristeza.
Aplaudieron tu fin por tu jugada. Tu gorra, sin visera, de tu manida testa fue lanzada, como oreja tercera, al área que a tus pasos fue frontera.
Te arrancaron, cogido por la punta, el cabello del guante, si inofensiva garra, ya difunta, zarpa que a lo elegante corroboraba tu actitud rampante.
¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino, se eliminó tu vida. Nunca más, eficaz como un camino, harás una salida interrumpiendo el baile apolonida.
Inflamado en amor por los balones, sin mano que lo imante, no implicarás su viento a tus riñones, como un seno ambulante escapado a los senos de tu amante.
Ya no pones obstáculos de mano al ímpetu, a la bota en los que el gol avanza. Pide en vano, tu equipo en la derrota, tus bien brincados saques de pelota.
A los penaltys que tan bien parabas acechando tu acierto, nadie más que la red le pone trabas, porque nadie ha cubierto el sitio, vivo, que has dejado, muerto.
El marcador, al número al contrario, le acumula en la frente su sangre negra. Y ve el extraordinario, el sampedro suplente, vacío que dejó tu estilo ausente.
Este fútbol de calcetines zurcidos, descrito por el poeta en su canción, transpira amateurismo y, como es obvio, carece de la profesionalidad que ostentaban otros equipos federados de la época. Estamos a finales de la década de los veinte. El fútbol todavía se encuentra en un estado primario en España. Llegado a la Península de la mano –o mejor: del pie– de los mineros ingleses que emigraron a Andalucía a finales del siglo XIX, el fútbol no se profesionaliza en España hasta 1929, año en que se disputa la primera edición del campeonato nacional o liga de fútbol. Aun así, el modo de describir la estrategia diseñada para batir la meta contraria, por medio de «hay un interior / que en combinación /marca el primer gol» denota la existencia de una voluntad de estilo futbolístico, de una intención de hilvanar jugadas para atravesar la línea de gol del equipo contrario, de una elaboración de juego que trasciende el simple y pedestre patadón pa’arriba y a correrdominante en las prácticas amateurs de este deporte. Aunque, claro, esto es literatura y, como se sabe, la literatura (casi) siempre miente.
Retrato realizado por Antonio Buero Vallejo | . |
Pasado el tiempo, y una vez Miguel Hernández ha empezado a hacer lo que de verdad sabe, escribir versos, le dedica una elegía a «Lolo, Sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela». Se trata de Manuel Soler, portero del Orihuela Fútbol Club, a quien le llegó la muerte, a juzgar por la información que irradia el poema, tras golpearse con uno de los postes de su portería. No obstante, dicen los biógrafos, la muerte le sobrevino al guardameta por motivos distintos a los descritos, aunque Miguel Hernández prefirió atribuirle a Lolo una muerte futbolística, más épica y heroica, que hiciera justicia a lo que había sido en vida.
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