CORRER
DE JEAN ECHENOZ
SOBRE EMIL ZATOPEK
(LA LOCOMOTORA HUMANA )
CAPITULO
8
Un estilo, en efecto, imposible. Larry
Snider no es el primero en observarlo. En preguntarse cómo se las compone Emil.
Hay
corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen
avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de
ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil, nada de todo eso.
Emil parece que se encoja y
desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de
cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua,
torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se
trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente
crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se
distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera
intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de
deporte. Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado
que ni parece estar cuando está ahí más que nadie, y su cabeza, encogida entre
los hombros, sobre el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, se balancea
sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda.
Puños cerrados, contorsionando
caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con
los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben
utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de
fondo, el mínimo de movimientos con cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues
Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los
brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo
curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacia atrás, colgando o
abandonados a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros
levantando exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado
pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que
todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso,
salvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad.
En suma, no hace nada como los demás, que a veces piensan que actúa atolondradamente.
Pero no todo es correr a su manera, resulta
que también hay que entrenarse. De modo que él también se entrena.
Sobre esa cuestión del entrenamiento, abundan
las teorías de todo el mundo. El sistema sueco, llamado a intervalos, consiste en
series de sprints alternados con pausas más o menos largas. El sistema
Gerschler preconiza el entrenamiento fraccionado, cronometrado en pista y a
ritmo relativamente lento. El sistema Olander prescribe un periodo de footing
con cambios de velocidad, pero en pista blanda y en un entorno natural. Emil ha
estudiado minuciosamente cada uno de estos métodos, y los ha asimilado uno tras
otro para condensarlos en uno solo, el método Emil, que no deja tampoco más que
un mínimo espacio a la pura cultura física.
Todas esas técnicas aconsejan por ejemplo
pausas entre los sprints, circuitos de facilidad intermedia que la mayoría
realizan caminando. Emil no, él prefiere correr entre dos esfuerzos, convencido
de que el organismo se habitúa de ese modo a descansar en plena carrera y, aun
en un estado de intenso cansancio, a mantener el ritmo adecuado.
Todas observan también el principio de
mantener la intensidad del esfuerzo a un nivel más bajo que el de la
competición: mientras uno se entrena, conviene escatimar las fuerzas que se
necesitarán durante la prueba. Emil opina, por el contrario, que es preciso
entrenarse lo más duramente posible, multiplicar los ejercicios trabajosos para
que la carrera resulte después más fácil.
A su juicio, ninguna de esas técnicas
templa suficientemente la voluntad, al aceptar que el corredor reduzca el ritmo
cuando siente que le flaquean las fuerzas. Emil no está nada de acuerdo con
eso. Cuando se siente cansado, a poco que advierta el menor peligro de
lentitud, se esfuerza de inmediato en acelerar. Su suerte, en ese sentido, es
que le gusta sentir dolor. Sabe que puede contar con su amor al dolor y consigo
mismo: nunca deja que nadie le dé masajes.
Ese
modo de entrenarse le permite agotar a sus adversarios mediante un gran número
de sprints intercalados, al tiempo que se reserva fuerzas para el final, que es
siempre sumamente violento. Su ritmo en la carrera se modifica constantemente,
a base de tempos rotos y sutiles cambios de velocidad, de los que se quejan
amargamente quienes corren tras él. Porque no sólo les resulta casi imposible
seguir sin descentrarse la pequeña zancada corta, discontinua, desigual y sincopada
que gasta Emil, no sólo esos incesantes cambios de ritmo les complican
horrorosamente la vida, no sólo esa cadencia extraña y cansada, acompañada de
gestos rígidos de autómata, los desalienta porque los engaña, sino que el
continuo balanceo de la cabeza, sumado al incesante molino de los brazos, les
produce casi vértigo.
Nunca, nunca nada como los demás, y eso que es
un tipo como todo el mundo. Cierto que hay quien asegura que los intercambios
gaseosos de sus pulmones son anormalmente ricos en oxígeno. Cierto que hay
quien sostiene que su corazón está hipertrofiado, que tiene un diámetro
por encima de la media y que late a un ritmo menor. Pero una comisión técnica
médica, especialmente reunida en Praga a tal efecto, desmiente todos esos
rumores y afirma que nada de eso, que Emil es un hombre normal, que únicamente
es un buen comunista y que eso lo cambia todo.
Total que nada es seguro, salvo que al parecer
ha sabido disciplinar ese corazón y esos pulmones, capacitarlos para los
esfuerzos de velocidad más próximos y para recuperarse igualmente deprisa. Ello
le permite rematar una larga carrera con un desenfrenado sprint y, sin jadear
apenas, salir corriendo a los pocos segundos para recoger el chándal en la otra
punta del estadio, y hacer lo mismo al día siguiente.
Algún día se calculará que, sólo entrenándose,
Emil habría dado tres veces la vuelta a la Tierra. Hacer que funcione la
máquina, mejorarla sin cesar y arrancarle resultados, eso es lo único que le
importa, y es sin duda lo que hace que, para ser sinceros, verlo no sea nada
bonito. El caso es que todo lo demás le importa un pimiento. Esa máquina es un
motor excepcional en el que se ha omitido montar una carrocería. Su estilo no
ha alcanzado ni quizá alcance nunca la perfección, pero Emil sabe que no
dispone de tiempo para prestar atención a eso: serían demasiadas horas perdidas
en detrimento de su resistencia y del incremento de sus fuerzas. De manera que aunque no quede muy bonito, se limita a correr
como más le conviene, como menos le canse, y se acabó.
VIDEOS SOBRE LAS AZAÑAS DE ZÁTOPEK
VIDEOS SOBRE LAS AZAÑAS DE ZÁTOPEK
En este
capítulo se desgrana el estilo ( técnica
de carrera ) de Emil Zatopek.
-¿Como lo describe el autor?
-¿Que sistemas o métodos de entrenamiento
aparecen en este capítulo y en que consisten?
- Aclara la situación política
en la que estaba Checoslovaquia en la época de Zatopek.
- Añade algunos datos importantes
del corredor leyendo alguna biografía
buscada en internet.
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